Spotify nació en 2006 con la promesa de cambiar la industria musical: ofrecer millones de canciones al alcance del clic, combatir la piratería y generar ingresos para artistas a través del streaming. Con Daniel Ek al timón desde el principio, la plataforma escaló hasta dominar el mercado global, pero detrás de ese éxito se esconde una crisis creciente que pone en jaque su legitimidad como actor del ecosistema musical.
Spotify: El ascenso y los miedos detrás del reinado
Desde sus inicios, Spotify combinó modelo freemium con suscripciones premium para atraer usuarios masivos. Durante años insistió en que estaba construyendo un “futuro sostenible” para la música digital. Sin embargo, esa promesa quedó en entredicho: según medios especializados, gran parte de los ingresos de Spotify se destinan a royalties, comisiones y acuerdos con las grandes discográficas, lo que limita severamente lo que perciben los creadores independientes.
Durante más de 15 años la empresa operó sin registrar utilidad neta significativa. Solo en 2024 logró un beneficio anual, rompiendo así un récord de pérdidas históricas. Pero ese logro llega bajo condiciones que muchos consideran simbólicas: el margen real sigue siendo frágil y la rentabilidad depende cada vez más de recortes, estrategias agresivas y movimientos especulativos.
Daniel Ek: visionario odiado
Daniel Ek ha sido el rostro público y polémico de Spotify desde su fundación. Aunque su visión tecnológica le permitió consolidar el streaming, también ha sido criticado por ignorar o minimizar la precariedad de los pagos a músicos. Su destacada inversión en Helsing, empresa alemana de drones de combate / tecnología militar con inteligencia artificial, encendió una ola de indignación artística. Algunas bandas como Deerhoof decidieron retirar su música de la plataforma, argumentando que no querían que su arte financiara, ni indirectamente, tecnología bélica. Este episodio mostró cómo decisiones extrabusiness de Ek pueden impactar directamente su legitimidad ante los músicos.
En 2025, Spotify anunció que Ek dejará el rol de CEO para convertirse en presidente ejecutivo, mientras dos co-CEOs (Gustav Soderstrom y Alex Norstrom) asumen el liderazgo diario.
Sin embargo, esa transición no aplaca las críticas: muchos artistas ven ese movimiento como cosmético, pues Ek mantiene una influencia estructural en las decisiones corporativas.
Spotify: Monopolio digital, reparto desigual y prácticas agresivas
Spotify ha sido señalada por prácticas monopólicas o al menos dominantes: controla muchas de las grandes listas de reproducción oficiales, margina a artistas que no entran en su algoritmo y condiciona su visibilidad a acuerdos específicos. Además, iniciativas como “Discovery Mode” permiten pagar menores regalías a los músicos a cambio de mayor visibilidad, una especie de trueque desigual que algunos artistas han denunciado. En 2025, Spotify incluso ganó una demanda por su estrategia de “bundling” (música + audiolibros), que presuntamente reducía tarifas de regalías a compositores. Un juez avaló su derecho a aplicar esa tarifa combinada.
Críticas también apuntan a que Spotify ha creado o distribuido música bajo nombres de artistas “fantasmas” o generados por IA, lo que reduce los costos de regalías y desplaza repercusión de artistas reales. En listas como Ambient Chill, se han detectado decenas de estos casos. En algunos casos, canciones supuestamente grabadas por músicos fallecidos fueron generadas sin autorización usando IA. Esto ha llevado a borrados selectivos después de denuncias, pero la falta de control regulatorio permite que muchas versiones falsas pasen desapercibidas.
Spotify afirma estar desarrollando filtros para detectar contenidos generados por IA, exigir transparencia en su uso y disminuir el spam musical. Pero la industria y los creadores siguen escépticos ante su capacidad real de autocontrol.
Apoyo a la guerra, retiradas y llamados al boicot
El respaldo indirecto de Spotify a proyectos vinculados con la guerra —a través de la inversión de Ek en tecnología militar— derivó en una condena pública por parte de músicos. Algunas agrupaciones exigieron retirar su catálogo y llamaron a boicotear la plataforma. La tensión entre música y ética corporativa se volvió palpable: la plataforma más importante de streaming también se convirtió en escenario de conflicto moral.
Esta controversia se combina con decisiones de negocio controvertidas, como el patrocinio al FC Barcelona. El acuerdo, lejos de generar dividendos masivos, ha sido cuestionado por pérdidas millonarias y retorno de inversión dudoso para Spotify. En lugar de fortalecer su posición financiera, esa alianza aparece como un intento arriesgado de visibilidad deportiva fuera de su núcleo musical.
Spotify: ¿una empresa que vela por la música?
Hoy Spotify se ve más como una firma orientada a maximizar ganancias que como una aliada natural del arte musical. Su modelo apuesta por transnacionales, algoritmos y expansión global, aunque eso implique erosionar los ingresos de los artistas que fundamentan su negocio. Ha tardado más de 15 años para volver a ser rentable (y apenas en el margen justo), mientras sigue cuestionada por su ética, su reparto desigual y su papel hegemónico en la industria.
Como público o como creador, debemos revisar nuestra relación con Spotify: ¿qué estamos apoyando cuando reproducimos una canción? ¿Qué legitimidad tiene una plataforma que lucra con la materia prima, la música, mientras deja al creador en el margen? El momento exige transparencia real, fair play y un nuevo contrato moral entre plataforma, artista y audiencia. La música no puede seguir siendo solo un combustible para las arcas corporativas.